TODO HOMBRE TIENE COMO VOCACIÓN EL SERVICIO.
Un día, surgió entre los discípulos una discusión sobre quién era el más
grande de ellos. Dándose cuenta Jesús de lo que estaban discutiendo, tomó a un
niño, lo puso junto a sí y les dijo: “El que reciba a este niño en mi nombre,
me recibe a mí; y el que me recibe a mí, recibe también al que me ha enviado.
En realidad el más pequeño entre todos ustedes, ése es el más grande”. Entonces,
Juan le dijo: “Maestro, vimos a uno que estaba expulsando a los demonios en tu
nombre; pero se lo prohibimos, porque no anda con nosotros”. Pero Jesús
respondió: “No se lo prohiban, pues el que no está contra ustedes, está en
favor de ustedes”. (Lc 9, 46-50)
¿Cuál es el camino para hacerse niños? El camino es el
Nuevo nacimiento. Volver a nacer, ahora es nacer de Dios y no de nuestros padres.
Lo primero es embarazarse de vida divina, con la energía, la fuerza y el poder
de Dios (Ef 6, 10) ¿Cómo puede ser eso?
Dios envía una Palabra, escucha la y empieza la fe en nuestro corazón: “La fe
viene de lo que se escucha la Palabra de Dios” (Rm 10, 17) La Palabra de Dios
es viva y eficaz (Hch 4, 12) y actúa en nuestro interior. Palabra poderosa que
nos convence de que Dios nos ama y nos mira como personas valiosas importantes
y dignas (cf Is 43, 1-4) Palabra que nos convence que somos pecadores y pecamos
(Rm 3, 21) Palabra que es Luz y genera el arrepentimiento en nuestro corazón.
Palabra que nos da un corazón contrito y arrepentido y nos lleva a Cristo para
que recibamos el perdón de nuestros pecados y en ese momento se da en nosotros
el “Nuevo Nacimiento.”
De Dios no nacemos una sola vez, siempre podemos estar
naciendo de lo Alto (Jn 1,11- 12) Y podemos estar haciéndonos niños, según el
Evangelio. El niño es aquel que pone su confianza en su padre y espera todo de
él. El que nace de Dios, lo tiene como Padre, confía en él, espera en él y lo
ama. Se hace discípulo de Jesús, se hace niño, para luego hacerse un servidor
como Jesús que se hizo hombre para servirnos y darnos vida eterna (Mt 20, 28;
Jn 10, 10) El discípulo aprende de su Maestro el arte de vivir como hijo de
Dios, como hermano de los otros y como un servidor. Discípulo es aquel que ha
escuchado la Palabra de Cristo y la pone en práctica, acepta pertenecerle a
Jesús y a los Doce. Siempre está aprendiendo como hacerse niño, desprendiéndose
de sus títulos de grandeza, de sus riquezas, de su fama y de su prestigio, para
que pueda ser pobre de espíritu y poner sus confianza en Dios (Mt 5, 3)
Para Jesús el más pequeño entre la multitud es el que sirve.
Entonces, hacerse niños para hacerse servidores del Reino de Dios y de los
hombres. El niño se hace humilde y sencillo como Jesús (Mt 11, 29). Mientras
que el hombre soberbio, el que es grande según el mundo, su lema es: “No
serviré, no obedeceré y no amaré”. Comprendemos entonces que sólo los niños
pueden servir porque son humildes y sencillos. Sólo los humildes aman, obedecen
y sirven. Sólo los humildes pueden poner su confianza en Dios, Padre de todos
los humildes. Los “pobres de espíritu” aquellos que no tiene en que poner su
confianza sólo en Dios. Sus bienes materiales, intelectuales o espirituales,
solo son medios recibidos como regalos de Dios para uso personal y para
compartirlos con los demás. “No son fines” eso lleva a la idolatría.
Todo hombre tiene como vocación el servicio, pero, el que no vive
para servir, no sirve para vivir. “No se puede servir a dos señores, a Dios y
al dinero. El alguno de los dos se pone la confianza. Para servir a Dios hay
que hacerse como niños caminando en la verdad que nos lleva al amor y al
servicio. El servidor de Dios, el que es discípulo de Cristo, usa la autoridad
como un servicio. Usa el poder como un don que se usa sirviendo y no para
mandar, o para oprimir a los demás. Su riqueza la comparte con los otros,
especialmente con los más débiles, extiende su mano para compartir.
”Entonces, Juan le dijo: “Maestro, vimos a uno que estaba expulsando a
los demonios en tu nombre; pero se lo prohibimos, porque no anda con nosotros”.
Pero Jesús respondió: “No se lo prohiban, pues el que no está contra ustedes,
está en favor de ustedes”.
Jesús quiere que sus discípulos tengan una mirada amplia, que no sea
reducida a círculos de amigos o familiares. Jesús quiere que sus discípulos
tengan un corazón grande, como una tierra ancha y espaciosa, que muchos vivan
en esta tierra que es el corazón redimido y por eso es generoso de los discípulos.
Qué hermoso es reconocer los dones de Dios en los otros, los que no son
de nuestro grupo de nuestro partido. Qué hermoso es reconocer los talentos de
los que no pertenecen a nuestra religión, pero que han recibido los dones del
Espíritu que sopla donde quiere. (Jn 3, 8) Qué hermoso es aceptar a todo
hombre, pobre o rico, como de nuestra familia, como nuestro hermano. Qué
hermoso es cargar las debilidades sobre nuestros hombres, de los más débiles
(Rm 15, 1)
Pensemos con certeza que lo anterior es la voluntad de Dios. Es
enseñanza de Jesús a sus discípulos para que no tengan un corazón reducido,
como tampoco una mira estrecha, sino amplia que abarca a todos, que reconocen
al otro como persona, la aceptan como es, la respetan de pensamiento, de
palabra y de obra, son misericordiosos con todos y abiertos a un diálogo liberador.
Entonces podemos llamarnos discípulos de Cristo, hijos de Dios y servidores
de todos. Al estilo de Jesús que nos dijo: El hijo del hombre no ha venido a
ser servido, sino a servir y a dar su
vida por muchos (Mt 20, 28)
En Juan nos ha dicho: "Vosotros
me llamáis "el Maestro" y "el Señor", y decís bien, porque
lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros
también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para
que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros. «En verdad, en
verdad os digo: no es más el siervo que su amo, ni el enviado más que el que le
envía. «Sabiendo esto, dichosos seréis si lo cumplís." (Jn 13, 13-
17)
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